Hay un hueco. Un foso.
La oquedad como marca ineludible que nos recuerda el nombre que nos contiene. Es la inevitable dependencia en la que estamos sumidos desde el origen aun sin advertirlo, la que nos trae la nostalgia de lo que hemos perdido, sin saber qué hemos perdido pero con la absoluta certeza de no poder permanecer como un inconcluso ser.
Un latido en el caos determinó el origen.
Todo algo es caos. El alumbramiento, el acto creacional es la palabra nombrada , el marco que ordena el anarquico laberinto de las formas al definir. Al nombrar.
Al decir la palabra que nombra, recortamos del caos lo nombrado y damos origen. El lenguaje es la fuente que sacia la sed del desconcierto pero puede también ser el rio que conduce a Babel.
La búsqueda devora el vacío.
Y la nostalgia devora toda ansia de saciar la sed. Porque es un fuego mucho mas intenso que el magma.
El fuego inicial que determina la forma, la voz profusa que nos susurra incansable.
¿Pero qué es lo que susurra esa voz?
Qué trae el ruido indescifrable del torbellino del pensamiento.
y más aun, del no/pensamiento.
Es el orificio indómito y recóndito donde el lenguaje excede toda razón, que late y busca.
El grito de la elección.
El grito primal que llama de afuera hacia dentro, mas habita en lo recóndito del adentro.
Tan cercano que es lejano ya.
Tan lejano que lo cerca es nada.
Es vacío con forma de un dios y el lenguaje perturbado de una búsqueda desenfrenada.
1 La línea del horizonte no solo se aumenta, sino también cada vez es mas lejana y la visibilidad se reduce a cenizas cuando la esperanza se desgarra.
Siempre hicieron falta banderas. Como también hicieron faltas las cruces y los enigmas.
El surco de la historia devela las bifurcaciones de una elección.
De ahí el despojo.
Una nueva necesidad pero en otro eje.
Una necesidad que llama desde afuera. Que invita a desposeerse como puerta de liberación.
El cuerpo se corrompe.
La materia se parte y se disgrega.
El alma nos traiciona y se envejece en el dolor de no alcanzar. Pero si se pierde el deseo unilateral de esa persecución ruin, el desarraigo y el fracaso de no llegar desaparecería.
Las viejas ropas de nuestra propia existencia nos condicionan, nos anclan.
Un determinado estado de fe, se opone siempre a un estado de fe mayor.
Y la visión que distorsiona, en proyección distorsiona los hechos y se convierte en la onda expansiva de una lenta devastación.
